lunes, 27 de agosto de 2012

¿Por qué oramos?

¿Cuál es la motivación de nuestras oraciones?
¿Representa para nosotros un medio por el cual podemos incrementar y fortalecer nuestra relación con Dios, o es algo que utilizamos para servirnos y obtener lo que deseamos de parte de Dios?

La oración siempre debe ser un medio de comunicación en la relación, donde las peticiones solo son parte de la comunicación. La oración nos deja adorar a Dios, amar a Dios, escuchar a Dios, confesarle nuestros pecados a Dios y someternos a Él, no simplemente hacerle peticiones.

Algo especial ocurre con la oración. No somos los mismos al formar en nuestra vida el hábito de orar. Porque orar es algo más que “hablar con Dios”, es más que un diálogo, va más allá de un intercambio de palabras entre Dios y el hombre. La oración es comunión con Dios. Es el encuentro entre Dios y el hombre, es la manifestación de la conexión del corazón de Dios al del hombre.

Una característica dominante de la vida de Jesús, es que Jesús dedicaba mucho tiempo para la oración. No las oraciones rutinarias de los fariseos sino una oración apasionada que revelaba que conocía a Dios íntimamente. Como lo vemos en esta sencilla oración en Juan 11:41-42: “Jesús, alzando la vista, dijo: —Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Ya sabía yo que siempre me escuchas, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que crean que tú me enviaste.

No es de extrañar que sus discípulos se acercaron a Jesús una vez y le pidieron que les enseñara a orar. Ellos habían observado la vida privada de oración de Jesús por varios meses y habían empezado a darse cuenta la importante prioridad de la oración.