Dios es amor, y Él nos creo a su imagen y semejanza, de allí
la necesidad del ser humano de amar y ser amado, sea amor filial, maternal, conyugal, o de amigos; ya que sin amor no hay felicidad.
El ser humano desde que nace necesita de amor para desarrollarse. Un niño sin amor, aunque esté bien alimentado, crece triste y se enferma con facilidad. Amar y ser amado es casi tan necesario como respirar.
Los adultos viven sobre todo del amor conyugal, y cuando no se tiene, el amor por los hijos y de los hijos puede reemplazar en parte ese amor. Pero si los hijos son ingratos, o indiferentes, o están ausentes, los seres humanos sufren, se repliegan en sí mismos y se vuelven amargados. Ambos amores, el amor conyugal y el de los hijos, pueden ser reemplazados por el amor sacrificial por el prójimo: el darse a otro por amor a Dios, sin recibir nada a cambio. Ahí el amor de Dios suple con creces al amor humano.
Hay muchas personas que caminan en la vida huérfanos de amor, convencidos de que no hay nadie que los ame. Si tú eres uno de ellos, piensa
que hay un ser que te ama con un amor infinito. Ese ser es Dios, que por boca
del profeta Jeremías te dice: "Con amor eterno te he amado..." (Jr
31:3).
Bendiciones!